Pareciera que el clima se confabuló con el virus y ambos se pusieron de acuerdo en que el otoño más cálido y luminoso, en muchos años, lo tuviésemos durante esta terrible e incierta pandemia, es decir, la única opción que nos deja es la de disfrutarlo encerrados en nuestras casas.
Sí, llevamos muchos días de cuarentena (ya perdí la cuenta …) y no recuerdo haber tenido un otoño tan benévolo en Buenos Aires: casi sin lluvias, con cielos límpidos y de celestes intensos, temperaturas tan agradables como las de cualquier primavera y con el colorido espectáculo de amarillos, ocres, naranjas y rojos de los árboles que todavía conservan sus hojas.
Estoy convencida de que no es casualidad. Que se debe al cambio climático y al calentamiento global, por supuesto. Pero intuyo de manera muy fuerte que también se trata de un mensaje que nos deja la pandemia.
Me la imagino, con una sonrisa socarrona diciéndonos: “Bueno … señoras y señores de este lado del planeta, estos días que les esperan serán de encierro y de distanciamiento físico y, por consiguiente, también social. Se acabaron todo tipo de salidas al aire libre y de entretenimiento. Nada de deportes afuera y nadie sale a caminar, ni a correr. Unos pocos saldrán a trabajar. Todos se quedan bien guardados en sus casas sino quieren que el virus los contagie. Así, solo podrán ver el sol y sentir este hermoso otoño únicamente desde sus casas. Siéntanse muy afortunados aquellos que tienen jardín o balcón porque sentirán el sol que brillará de manera inusitada durante la mayor parte de la cuarentena. Los que no tengan esa posibilidad, se tendrán que acostumbrar a observarlo desde la ventana. O, en todo caso, salir a pasear el perro o a hacer alguna compra … ¡Nada más! Y al que no le guste, que se la aguante” …
Vivo cerca de los Bosques de Palermo, donde suelo salir a caminar durante varios días de la semana. Tengo la costumbre de acostarme un rato en el pasto mirando el sol, haciendo ejercicios y respirando hondo profundamente. Me hace muy bien y me permite volver renovada y con los ojos repletos de la naturaleza que brinda el parque.
Afortunadamente, también tengo un balcón que se ha convertido en el lugar donde desayunamos y almorzamos la mayoría de las veces con mi familia. Es también el lugar en el que mi hija sale a cantar mientras toca la guitarra. También, cuando estamos cansados de tanto tele trabajo o clases on line, salimos al balcón a encontrarnos con ese sol, tan deseado que no ha dejado de brillar y resplandecer desde el comienzo de la cuarentena. Y que, con su calor, nos hace sentir de mejor humor y con más esperanza en estos días tan raros, difíciles e inciertos que nos tocan transitar.
Marcela Pizarro
52 años
Cordobesa, residente en Buenos Aires, Argentina
Doctora en Comunicación
Profesora en la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral