Me armo y me desarmo. De a ratos camino por la delgada línea de la soledad. Siento la imperiosa necesidad de estar presente en la ausencia y me deshago en comunicaciones simples, con un whatsapp abarrotado de mensajes sin sentido.
He silenciado los grupos de aburridas mujeres, fanatizadas con el virus, anunciando apocalípticos desenlaces. Me causan un poco de gracia, la verdad. A veces pienso en reenviar algunos mensajes de esas tontas discusiones de los chats, solo por gusto. Pero, luego, no le encuentro sentido. Los ex compañeros de colegio o del club invaden mi vida 35 años después, como si el tiempo no hubiese pasado. No sé si tengo ganas, la verdad. Estoy irritable, sí. A 50 no doy más explicaciones. Se hace o no se hace. Me gusta o no. Sin medias tintas. No quiero perder el tiempo ni las ganas. Ahora quiero escribir y lo hago, mientras mis compañeros de vivienda se enfrascan en lo suyo.
Me levanto sin horario. El reloj biológico es el mejor despertador. No tengo insomnio. ¿Cómo hacés?, me preguntan. Duermo.
Quiero comer sabroso, mientras miro entrar el sol por mi ventana. Un buen café, un chocolate con maní. Cocino, escribo, trabajo.
Miro el celular y me aburro. Me aburre la gente que mira el celular. Me aburren las redes sociales, tan obvias en sus comentarios, con gente tan enojada que es capaz de contagiar su tedio. Aburridos, correrse.
Comencé yoga, abandoné yoga. Comencé zumba frente al televisor, abandoné zumba. Comencé gimnasia para bajar kilos, la abandoné.
¿Por qué tengo que armar nuevas rutinas, como dicen los expertos? ¿Por qué tengo que empezar a hacer cosas que nunca hice?
La gente se repite en la televisión. Todos dicen lo mismo. ¿Dónde están las ideas? A veces pienso que el aislamiento es un enemigo que ronda mi cama. Me armo y me desarmo, todos los días un poco más.
Marlene Pérez (seudónimo)
50 años
Repostera
La Rioja, Argentina
Me encantó!!