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Pandemia barrial – Dalia Falcon                                                      

 

Muchas son las fotos mentales, que este momento extraordinario del siglo XXI, va a imprimir en cada uno de nosotros. Miedos, incertidumbre, angustia, impaciencia. Muchos mensajes whatsappescos, video llamadas, classroom, Messenger. Abundan los deseos escritos en las pantallas de manos, que nos distancian y unen simultáneamente; si la mayor queja de este tiempo era el síndrome del hombre que se extiende a los dispositivos electrónicos, que nos envuelve en una interminable indefinición de tiempo- espacio geográfico y virtual, esa utilización exacerbada o controlada, ha permitido en esta ocasión que más de uno sobreviviera a sus anhelos de salir  virtualmente, aunque sea solo por unos instantes de la cuarentena, ahora “noventena” (y más),  obligatoria.

En estos instantes, los casos crecen, las muertes crecen, los barrios aislados crecen, los chismes de algún contagiado en el barrio crecen, pero lamentablemente no crece sola, otras ramificaciones han nacido como consecuencia directa; no son nuevas, “sino nacientes”, y como padres nuevos con hijos recién nacidos, se inicia el camino de encajar en este pasaje: la falta de trabajo, el rebusque, la  creciente pobreza ha recibido respuesta, no nuevas, “sino nacientes” de la ya vieja solidaridad, de las ollas populares, de las meriendas comunales, de los pedidos de ropa o de remedios. El acto desesperado de auxilio recibe confortablemente la mano llena de otro ser que escucha, que se conmueve, que ayuda.

Hoy golpearon mi puerta, al abrirla, una postal trajo un dejavu de años atrás, un rostro con el que me identifiqué, y volví a vivir lo que ya había vivido. Las historias resucitan y de vez en cuando vuelven a golpear tu puerta para recordarte lo que fuiste, y lo que lograste o no ser. Versión nueva, no mejorada de un momento de crisis pasado, estaba respirando al frente de mi puerta. Cara preocupada, arrugas en la frente, algunas canas en su flequillo. Se escuchó muy despacio a través de un barbijo barato, un -Buenas tardes, doñita-. Mire mejor la escena, bolsa de mercado en una mano, agarrado un niño de la otra, ambos de pantalones jogging y zapatillas viejas.

-Disculpe que la moleste, quiere usted comprar bolitas de fraile, tenemos con o sin relleno-.

No esperaba esa oferta 

– ¿Cuánto están? – dame medio

En un ágil y repetitivo movimiento, el nene metió su mano en la bolsa grande, tomo una bolsita, envolvió su mano y con la otra comenzó a contar una por una, el pedido recién hecho. Lo mire y le pregunte:

-Y la escuela ¿cómo va? –

Sonrió tímidamente y dijo, – No voy a la escuela, no hay clases. –

Y con ese “no hay clases”, inferí que no debe hacer la tarea que las seños mandan.

Apresurada la madre agrega:

-Mucho no hizo, es que estamos amasando y vendiendo con él, que es el más grande y me ayuda, el otro se quedó cuidando a su hermanito-.

¡Y qué decir!, fue uno de esos momentos de callarse y escuchar, de pensar que, de alguna manera en esta impronta de pandemia, los más perjudicados son ellos, los que salen a acompañar a la mamá a vender, los que golpean las puertas, los que sale a ofrecer, los que a su edad se sienten responsables de cuidar a su mamá o a sus hermanos chiquitos, los que no pueden hacer la tarea escolar. 

Imposible no reflexionar en el mañana ¿Qué va a pasar mañana?

Mañana, la pandemia dejara huellas en cada lucha cotidiana.

Mañana, la pandemia hermanada con la pobreza recibirá resistencia en forma de brazos y piernas, de madres e hijos, de historias barriales y caseras, que hoy están golpeando puertas, para vender o para pedir. 

Mañana, mano abierta con mano abierta, insistirán en sacar adelante un país grande y con grandeza.

Mañana un “Changuito o changuita” volverá a clases, y un lápiz y una hoja intentaran que vuelva a su oficio de niño y estudiante.

 

Dalia Falcon

47 años

Profesora de geografía del nivel secundario

San Fernando, Buenos Aires, Argentina.

 

Foto de Frantisek Krejci en Pixabay 

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