Conducía hasta mi casa, en silencio y con un poco de asombro, observaba las nubes en el cielo.
La tarde era muy bonita, las nubes esta vez no eran “blancas”; no.
Eran de colores: rosa, lila, naranja, amarillo, azul.
O, al menos así las miraba yo desde la ventana de mi carro.
Estacioné frente a mi casa.
Alcancé mi cartera, mi lonchera y sin pensar más, bajé.
Y sin darme cuenta, estaba de nuevo viendo hacia el cielo. Esta vez, a través de las flores que cuelgan de la entrada a mi casa.
Estando en ese “amor” entre el cielo y yo, sonó mi teléfono. Y de “golpe” me sacó del momento bonito de aquella tarde de martes.
“Un mensaje de una amiga”.
Pensé: ¿qué pasa?, ¿qué querrá?, sí acabamos de platicar.
Sin más, revisé su mensaje. Uno corto y que decía: ¿y si tomas un café con mi hermano?
A lo que, sin pensar, contesté: ¡no!
¡Gracias!
Así estoy bien.
Pasaron unos minutos y de nuevo: ¡anda!
– No tienes nada que perder –
En fin, luego de varios mensajes, decidí decir: “está bien, acepto ir con tu hermano a tomar un café”.
Y pregunté ¿cuándo?
Según yo contestaría: – la próxima semana -.
Sin embargo, contestó: – mañana -.
¡Oh no!
-Pensé.
Al otro día, no quise hacer “nada extraordinario” por arreglarme.
Es más, busqué un vestido de lana, un suéter y una bufanda. El clima lo permitía y según “yo”, así estaría de alguna manera resguardada de aquel encuentro.
Llegó el momento.
Bajé de mi carro y caminé hasta el lugar del encuentro, “tal y como mi amiga me había indicado”.
Minutos más tarde te encontré. Nos saludamos.
Y yo pensaba: ¿y qué haces aquí?
Luego, ya con más tranquilidad, respondí a tus preguntas.
Y así, sin más, pasamos una bonita tarde. De preguntas y respuestas, de café y algo dulce, de miradas y silencios; de conocernos.
Los días pasaron y no volví a saber de ti.
De alguna forma, me sentía tranquila y “segura” así.
Recuerdo el momento en el que volví a saber de ti.
Sentí una alegría “extraña”.
Y así, entre mensajes y palabras, acordamos reunirnos un fin de semana para tomar un café.
Y ahí, empezó todo.
¿Qué todo?
El confirmar que es en los pequeños detalles donde se esconde el amor.
El descubrir que ese “aroma tuyo” a tabaco me gusta mucho y observar en silencio y con mirada atónita el brillo en tus ojos en una noche de domingo. Y que el café sabe mejor sin azúcar y recién molido.
Sin embargo, también entendí que no todo dura para siempre.
Muchas veces es únicamente una “pincelada”.
Hoy, no puedo salir de casa.
Vivimos, nada más y nada menos: “tiempos de pandemia”.
Eso sí, cada vez que puedo, volteo y miro a través de la ventana el atardecer y sus colores propios y únicos y recuerdo aquella tarde de jueves.
Y algunas veces, “en el aroma del café”, te percibo.
Y algunas noches de domingo, recuerdo el brillo de tus ojos y “sonrío”.
Hoy, el vestido de lana, la bufanda y el suéter se han quedado guardados en el armario.
A lo mejor guardan con ellos, ese aroma tuyo de aquel viernes en el que nos conocimos.
Y hoy, el sonido de mi teléfono, de nuevo, me ha sacado de este “amor” entre mis líneas y yo.
Y sonrío y pienso, vivimos tiempos confusos e inciertos.
Sin embargo, agradezco el momento en el que le contesté a mi amiga: ¡está bien, iré a tomar un café con tu hermano!
Y hoy, pido porque esta pandemia termine y podamos -todos- volver a disfrutar de las tardes de regreso a casa y del “amor”.
Mónica Arriola Román
42 años
Educadora
Guatemala