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Jueves – Mónica Arriola Román

Era un jueves por la tarde y el cansancio del trabajo me acompañaba.

Conducía hasta mi casa, en silencio y con un poco de asombro, observaba las nubes en el cielo.

La tarde era muy bonita, las nubes esta vez no eran “blancas”; no.

Eran de colores: rosa, lila, naranja, amarillo, azul.

O, al menos así las miraba yo desde la ventana de mi carro.

 

Estacioné frente a mi casa.

Alcancé mi cartera, mi lonchera y sin pensar más, bajé.

Y sin darme cuenta, estaba de nuevo viendo hacia el cielo. Esta vez, a través de las flores que cuelgan de la entrada a mi casa.

 

Estando en ese “amor” entre el cielo y yo, sonó mi teléfono. Y de “golpe” me sacó del momento bonito de aquella tarde de martes.

 

“Un mensaje de una amiga”.

Pensé: ¿qué pasa?, ¿qué querrá?, sí acabamos de platicar.

Sin más, revisé su mensaje. Uno corto y que decía: ¿y si tomas un café con mi hermano?

 

A lo que, sin pensar, contesté: ¡no!

¡Gracias!

Así estoy bien.

Pasaron unos minutos y de nuevo: ¡anda!

– No tienes nada que perder –

 

En fin, luego de varios mensajes, decidí decir: “está bien, acepto ir con tu hermano a tomar un café”.

Y pregunté ¿cuándo?

Según yo contestaría: – la próxima semana -.

Sin embargo, contestó: – mañana -.

¡Oh no!

-Pensé.

 

Al otro día, no quise hacer “nada extraordinario” por arreglarme.

Es más, busqué un vestido de lana, un suéter y una bufanda. El clima lo permitía y según “yo”, así estaría de alguna manera resguardada de aquel encuentro.

 

Llegó el momento.

Bajé de mi carro y caminé hasta el lugar del encuentro, “tal y como mi amiga me había indicado”.

 

Minutos más tarde te encontré. Nos saludamos.

Y yo pensaba: ¿y qué haces aquí?

Luego, ya con más tranquilidad, respondí a tus preguntas.

Y así, sin más, pasamos una bonita tarde. De preguntas y respuestas, de café y algo dulce, de miradas y silencios; de conocernos.

 

Los días pasaron y no volví a saber de ti.

De alguna forma, me sentía tranquila y “segura” así.

 

Recuerdo el momento en el que volví a saber de ti.

Sentí una alegría “extraña”.

Y así, entre mensajes y palabras, acordamos reunirnos un fin de semana para tomar un café.

Y ahí, empezó todo.

¿Qué todo?

El confirmar que es en los pequeños detalles donde se esconde el amor.

El descubrir que ese “aroma tuyo” a tabaco me gusta mucho y observar en silencio y con mirada atónita el brillo en tus ojos en una noche de domingo. Y que el café sabe mejor sin azúcar y recién molido.

 

Sin embargo, también entendí que no todo dura para siempre.

Muchas veces es únicamente una “pincelada”.

 

Hoy, no puedo salir de casa.

Vivimos, nada más y nada menos: “tiempos de pandemia”.

Eso sí, cada vez que puedo, volteo y miro a través de la ventana el atardecer y sus colores propios y únicos y recuerdo aquella tarde de jueves.

Y algunas veces, “en el aroma del café”, te percibo.

Y algunas noches de domingo, recuerdo el brillo de tus ojos y “sonrío”.

 

Hoy, el vestido de lana, la bufanda y el suéter se han quedado guardados en el armario.

A lo mejor guardan con ellos, ese aroma tuyo de aquel viernes en el que nos conocimos.

 

Y hoy, el sonido de mi teléfono, de nuevo, me ha sacado de este “amor” entre mis líneas y yo.

 

Y sonrío y pienso, vivimos tiempos confusos e inciertos.

Sin embargo, agradezco el momento en el que le contesté a mi amiga: ¡está bien, iré a tomar un café con tu hermano!

 

Y hoy, pido porque esta pandemia termine y podamos -todos- volver a disfrutar de las tardes de regreso a casa y del “amor”.

Mónica Arriola Román

42 años

Educadora

Guatemala

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