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De palabras, pandemia e ilustres convidados – Miguel Vargas Muñoz

Regresan los encuentros, las memorias de pandemia y los relatos que desnudan
la desinfección de los sótanos y los subsuelos de tanta emoción, contradicción y
esperanza que transporta la irreverencia de la palabra. “El mundo cambia en
un instante y nacemos en un día”, decía Gabriela Mistral.

Tanto la rutina, la velocidad de la experiencia, una nueva sensibilidad, otro modo de relacionarnos y de vincularnos con el caos y el conflicto han aparecido en el fluido brutal de un
instante, para el cual nadie nos había anticipado y menos preparado.
¿Cómo hemos transitado tanto sentir y hacer cosas sin palabras? ¿Cómo
hemos vivenciado tanto desconcierto? ¿Qué hemos logrado construir en tanto
vacío?  ¿Cómo hemos conectado y hecho sintonia con tanto dolor diseminado?
¿Cuánto sentido vienen a cobrar los aullidos desde el fondo de la tierra y los
tiempos subterráneos?  ¿Cuánta violencia, mal trato y rabia acumulada hay en ti
y… en mí?  ¿Cuántos nuevos vuelos de mariposas y cantos de grillos tenemos
guardados?

Se avizoran colores de nueva esperanza para unos y de conocido pesimismo, para otros; pero al parecer en este nuevo reestreno y ante las urgencias de la coyuntura, Neruda vuelve a cobrar frescura cuando manifestaba “nosotros, los de antes, ya no somos los mismos”.
Desde el interior de los sonidos de la cuarentena, el encierro y el confinamiento,
la incertidumbre indaga.

¿Qué sabemos del futuro?  ¿Cómo será nuestro modo de relacionarnos?, ¿se vienen nuevas reglas?, ¿algo hemos aprendido?, ¿Cuánto hemos desaprendido?…. ¿algo efectivamente cambiará?, ¿seguiremos siendo y haciendo lo mismo que antes de..?.

Desde las Alturas de Macchu
Picchu Neruda se cuestiona… “Yo te interrogo, sal de los caminos, muéstrame la cuchara, déjame, arquitectura, roer con un palito los estambres de piedra, subir todos los escalones del aire hasta el vacío, rascar la entraña hasta tocar el hombre”.

Desde el otro extremo de la barra Ciro Pertusi murmura “muéstrame tu luz, yo te mostraré mi luz, no ha sido en vano imaginar que el día llegaba”. Y ese día está llegando, desde donde el miedo acecha y reclama… ¿Cuándo este virus abordará mis huesos, mi aire y mis frágiles pulmones?, ¿ya hemos zafado de esta enfermedad?; al respecto Facundo Cabral hace rugir su palabra, “nos envejece más la cobardía que el tiempo, los años solo arrugan la piel, pero el miedo arruga el alma”.
La frustración celebra en medio de copas y quejas ciudadanas… ¿y todos los proyectos y sueños previos movilizados?, ¿y el viaje y vuelo en pareja planificado?, ¿mi trabajo…el dinero invertido, la relación construida?.. Y El Cuarteto de Nos en los fríos baños del salón, no olvida recordar que “ya probé, ya fume, ya tomé, ya dejé, ya firme, ya viajé. Ya pegué, ya sufrí, ya eludí, ya huí, ya asumí. Ya me fui, ya volví, ya fingí, ya mentí”.
El enojo asoma su rabia inconclusa, ¿Por qué a mí?… ¿porque a nosotros?, ¿qué hemos hecho mal?, ¿nos hemos cuidado?… y Violeta Parra en tono descalzo rima en su prosa “Huyendo voy de tu rabia, temiendo de tus enojos, llorándote a cada instante, cansado traigo los ojos”.
En el ruido de la noche y las veredas malgastadas, la soledad transita, ronda a soplidos y en “silencios de misa” –parafraseando a Callejeros-; ¿hasta cuándo esta desolación?, ¿a quién o a quiénes hemos necesitado durante tanto retiro y ausencia?, ¿cuán importante es hoy sentir y tocar al otro? García Márquez a inicios de los ochenta ya anticipaba la textura y el ropaje de este actual
escenario… “Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para
hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad”.
En medio de las restricciones de los bares, cercana a la hora de cierre permitida, ingresa la señora libertad con absoluta irreverencia y pisada de tierra y luna, como las mariposas de Silvio “que inundaron un segundo, debajo del cielo y encima del mundo”. ¿Cuántos derechos y deberes invocados?, ¿Cuánta voz endurecida y ojos taladrados en el encierro?, ¿Cuánta revolución, escalera y candados por desanudar? Ella rescata desde el oráculo de Piazzola que “Mi libertad me sueña con mis amados muertos, mi libertad adora a los que en vida quiero. Mi libertad me dice, de cuando en vez, por dentro, que somos tan felices como deseamos serlo. Mi libertango es libre, poeta y callejero, tan viejo como el mundo, tan simple como un credo”.
Al caer la noche la esperanza viene a cerrar las puertas de boliches y bares, dejando al descubierto la magia de Jorge Guerra y su muñeco Pin Pon, cuando exclama que “la tierra es chiquitita mirándola de allá, son tantas las estrellas que cuesta imaginar”. La esperanza imagina, sueña, recrea, se ilusiona con hacer nueva vida e inventarla, ejerciendo presión y arrastrando los
propios límites de nuestros pensamientos, que impactan y van dando forma a nuestro modo de vivir. Ella aspira fácticamente con volver a recuperar la capacidad de dialogo con y entre los ciudadanos y bienes de la tierra, que ejerciéndose la capacidad de dialogar, pensar y hacer junto a los otros, se reconoce y valida intersubjetivamente una nueva –y antigua construcción -expresión de razonabilidad. La esperanza sueña con abrazar al pensamiento cuidadoso y sin barbijos, que escondan el necesario buen trato del hombre que detenta poder hacia el hombre sencillo y trabajador del vecindario.
La esperanza apuesta a poner en valor que como seres humanos hacedores de vida, somos una permanente posibilidad, de realización e incesante determinación; nos enfrentamos con posibilidades porque la vida misma es posibilidad, es decir realidad a determinar, a definir permanentemente. La esperanza en este contexto de pandemia, nos invita a volver a nuestra cuna, a nuestra esencia como seres que se colaboran y respetan en su diversidad, sin perder de vista que entre la incertidumbre, el riesgo y el caos, transitan nuestras utopías. Traigo a la escena a Víctor Jara cuando… “Afirmo bien la esperanza, Cuando pienso en la otra estrella. Nunca es tarde me dice ella…La paloma volará”.
Desde los calores de febrero, los otoños de marzo y los fríos de julio, hay una espiritualidad que se arrima en medio de tiempos de oscuridad en pandemia, la cual nos convoca a ejercer una nueva responsabilidad que nos haga solidarios del dolor compartido por los miembros de la comunidad, trátese de la humanidad, la nación, barrio o la familia. Esa responsabilidad, en buenas cuentas, que nos invita y convierte en custodios permanentes del bienestar del hombre y su condición de ciudadano, con el alma generosamente dispuesta en todo instante a la acción moral creadora.
En el epilogo y en medio de algunas certezas, muchas incertidumbres, dudas y caminos a desandar; cobra absoluta frescura la prosa de Pessoa, cuando manifiesta que “De todo quedaron tres cosas: la certeza de que estaba siempre comenzando, la certeza de que había que seguir, y la certeza de que sería interrumpido antes de terminar. Hacer de la interrupción un camino nuevo, hacer de la caída, un paso de danza, del miedo, una escalera, del sueño, un puente, de la búsqueda,…un encuentro”.

Julio, invierno del 2020

 

Miguel Vargas Muñoz

60 años

Profesor de Filosofía

Oriundo de Punta Arenas  (Chile), residente en Córdoba, Argentina.

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