Sr. Juez.
Vengo ante vuestra majestad a implorar por un acto de estricta justicia.
Estos largos días de confinamiento están acabando de manera inexorable con un elemento fundamental de nuestro lenguaje: los adverbios.
Uno tras otro va esfumándose de nuestra mente como consecuencia del abandono de su uso.
No es molicie, ni tan siquiera pereza. Es la innecesariedad la que los mata.
Permítame, su señoría, ilustrar con algunos ejemplos la gravedad de este problema que he traído ante usted y por cuya ayuda imploro..
En nuestra educación primaria se nos enseñó que, por ejemplo, los adverbios de tiempo son: ahora, luego, después, pronto, tarde, ayer, hoy, mañana.
Imagine usted que el encierro detiene los relojes y nos deja viviendo en un ahora perpetuo. ¿Qué pasará luego o después o pronto o tarde, que sea distinto del ahora? ¿Qué diferencia hay entre ayer, hoy y mañana?
Osaré yo mismo intentar la respuesta, señor juez. Nada, porque ni siquiera podemos (o queremos) esperar el mañana. Nos angustia un futuro ¿demasiado? distinto del que imaginábamos cuando existía un ayer y el mañana era la esperanza.
También, usía, están cayendo en las redes del olvido los adverbios de lugar. Ahí, allí, cerca, lejos, arriba, abajo, dentro, fuera, nos permitían ir un poco más allá del aquí, y abrirnos a un espacio que deseábamos conquistar para salir del encierro hasta de nuestro propio cuerpo.
El confinamiento quizá haya ampliado nuestro aquí, pero lo delimitó entre cuatro paredes en lo que, como novedad, nos hemos enterado de que se lo llama “síndrome de la cabaña”, por el miedo a salir. Nuestro aquí nos mantiene atrapados con una red invisible y no nos permite ni siquiera considerar que hay un allí.
Y puedo continuar, sin ánimo de hastiar al señor juez.
Entiendo su silencio como un asentimiento.
Muchas gracias, señoría.
Quiero ahora referirme también a la sensible pérdida de los adverbios de modo. ¿Qué puedo decir, en este encierro, que esté bien o esté mal? ¿Qué razón podemos encontrar en nuestras vidas para ir deprisa o despacio si el tiempo parece detenido?
Estimado doctor… ¿Me permite que lo llame con esta familiaridad? Debo colegir su interés al haber leído esto hasta ahora.
Vuelvo sobre la razón de esta presentación, su señoría. Los adverbios de cantidad, quería decir, también son víctimas, claro que sí. ¿Cómo podemos cuantificar nuestras necesidades si no podemos abrirnos al universo? Mucho, poco, bastante, casi, más, menos, muy, cayeron en una obsolescencia súbita, no programada.
Quizá sólo podamos preservarlos con vida si los aplicamos a describir nuestros estados de ánimo, donde por cierto no resulta fácil establecer magnitudes. ¿Cuánta tristeza es capaz de soportar el alma humana? Lo que para algunos puede ser mucha, para otros poca, o más o menos.
Quiero terminar, señor juez, admitiendo que tan si apenas rescatar de este olvido a los adverbios de duda. Quizá esto pueda así entenderse. Acaso consiga que la majestad suprema de la Justicia venga a rescatar esta parte importantísima de nuestro idioma.
Sólo me resta despedirme con un atentamente (sí, adverbio de modo terminado en mente).
Julio Perotti
Periodista
Córdoba, Argentina