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Desde mi ventana – Mariana Cebrero

Era mediados de enero, ya habíamos vuelto de nuestras vacaciones en Palmira Uruguay. Había anotado a mis nenas en la colonia de Parque Chacabuco. Cata, la más chiquita (8 años) iba con gusto, pero Delfi (10 años) no lograba entusiasmarse, solo quedaban unos días para que culmine ya que la colonia era solo enero.

Un jueves antes de buscar a Cata por el parque fui con Delfi al café de la estación de servicio que da a la Parroquia de la Medalla Milagrosa,  pedimos dos capuchinos y agarramos un diario. Dimos con una noticia sobre el coronavirus en China.

Delfi es muy sensible, un poco temerosa, pero muy interesada por las cosas que pasan en el mundo. Empezó a hacerme muchas preguntas sobre el coronavirus, y decidí googlear para poder encontrar respuestas a sus preguntas: ¿cómo empezó?; ¿va a llegar el virus a la Argentina?; ¿nos vamos a enfermar?, etc. Yo con mucha tranquilidad de dije que estábamos muy lejos como país y que por suerte acá estábamos sanos.

Nunca me imaginé que las tardes en el Parque Chacabuco, los encuentros con amigos, los abrazos con nuestros seres queridos, las salidas de fin de semana para disfrutar el río, el colegio, entre otras cosas,  iban a tener que quedar por un tiempo incierto en el recuerdo.

Ahora pienso cómo no anduvimos más en bicicleta, cómo no viajamos más seguido, por qué postergué algunos encuentros, si hubiera salido a  correr más, que cosas tan simples y rutinarias hacíamos y ahora las anhelo desesperadamente. Porque la cuarentena se presentó de manera abrupta sin darnos tiempo a prepararnos.

Los primeros días de  aislamiento,  fueron una especie de vacaciones con una mezcla de necesidad de limpieza extrema. Horarios descontrolados, lavandina en mano sin preguntarnos demasiado por mañana. Solo cuidarnos, protegernos, y eso ya nos daba tranquilidad.

Hace mucho que trabajo de manera independiente desde mi casa o desde cualquier lugar con conexión, por lo que ser metódica y mantener una rutina para mí siguió siendo igual, lo único que con dos niñas en casa y agregando una nueva profesión que no tenía, la de maestra.

Desde el inicio traté de que siguieran la rutina de levantarse, lavarse los dientes, sacarse el pijama, vestirse, peinarse y perfumarse. Me miraban extrañadas y decían: si no vamos a salir a ningún lado para que nos cambiamos, pero eso ayudaba a que después estén más activas y de mejor humor.

Son increíbles los niños, estoy aprendiendo mucho de mis hijas.

Con mi marido hacemos las compras, él ya empezó a trabajar, y de una forma otra seguimos en contacto con las imágenes que veíamos habitualmente pero diferentes, paisajes desiertos y caras tapadas, una ciudad sin niños. Y ahí pienso que mis hijas hace más de un mes que no ven la calle, ni pisan el pasto, y no muestran desesperación por salir y correr, seguro que lo desean, pero su inteligencia les dice que ahora es tiempo de cuidarse, de guardarse y lo hacen al pie de la letra.

Estamos todos aprendiendo de esta nueva forma de vivir, estoy segura que no volveremos a ser lo que éramos ni a estar como estábamos, pero que tendremos otra fortaleza y otra manera de ver la vida.

 

Mariana Cebrero

45 años

Periodista

Buenos Aires, Argentina.

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