Mi café se enfría.
Desinfecto otra vez las llaves.
Tengo pocos momentos para mí.
Se tapó la bacha de la cocina.
No sé qué cocinar hoy.
No hay más café.
Me arden las manos.
La técnica de la sopapa no es efectiva.
El tubo de luz del lavadero está agotado.
La verdulera no responde mi mensaje.
La soda cáustica tampoco dio resultado.
No puedo reponer el tubo de luz.
La galería es ahora sala de estar.
Intento una y otra vez una lectura sostenida.
Aún no hay café.
Otra vez lavandina en mesa, mesada, pisos…
Me pongo crema suavizante para manos.
La cinta destapa cañerías, sí es efectiva.
Lavandina por enésima vez a todo.
Gozo del sol a través de los vidrios del ventanal.
El pedido llegó cuando ya no lo esperaba.
Desinfecto las frutas y verduras.
Mis manos absorben en segundos la crema suavizante.
No logro concentrarme para escribir.
Embebo en lavandina el trapo de piso para el zaguán.
Sanitizo otra vez las llaves.
Quiero ver a mis hijos pero sin pantallas.
Me canso de escuchar quejas continuas.
No puedo respirar bien con el barbijo.
Sigo sin conseguir café.
Algunos creen que somos tontos.
Organizo mejor las compras de comestibles.
Invento un menú con las provisiones que tengo.
La biblioteca es ahora dormitorio de mamá.
Pongo el alcohol en gel en la cartera.
Llegó, al fin, el café al mercado.
Quiero salir sin miedo.
Deseo que se termine la pandemia.
Quiero peña con mis amigas.
Me niego a estar todo el tiempo hablando de lo mismo.
Este “lugar común” descubre mi costado “negador”.
Tomo un café sentada al sol en mi patio.
21/05/20
María Inés Ottaviano.
62 años.
Alberti, Provincia de Buenos Aires (Argentina).
Docente jubilada.
Miembro del taller literario «VOCES»