La Argentina como sentimiento, Victor Massuh
Una frase del ensayo de Massuh cambió mi manera de mirar lo que me rodea, y sobre todo, mi forma de percibir la realidad argentina en la que vivo: “¿Tendremos el coraje de buscar y percibir le bien argentin?”(Massuh, 1983, p.50). La verdad es que uno siendo joven no se detiene a pensar mucho sobre su patria estos días; creemos que es algo que debemos dejar para los más grandes, que temas de política y economía no nos atañen; eludimos responsabilidades intentando alcanzar y vivir en una juventud eterna, como si estas cuestiones hiciesen del mundo adulto algo terrible. Pero la frase del autor me dejó pensando; ¿por qué no nos atrevemos nosotros los jóvenes a buscar le bien argentin? Es una pregunta un tanto difícil de responder, pero quizás retomando algunos conceptos de Massuh, podríamos aproximarnos a una posible respuesta.
Por un lado, me gustaría pensar en aquellos diagnósticos que veo reflejados en la juventud argentina. La falta de fe y el descreimiento en nosotros mismos parece encabezar la lista, pero que se encuentra a su vez en un ida y vuelta permanente con la soberbia y el orgullo que pueden caracterizar a los argentinos en incontables situaciones. Como dice Massuh, hay momentos en los que creemos que “(…) toda gran acción está orientada al fracaso; y cuando nos sorprende su éxito preguntamos, desconfiados, si no fue el fruto de una trampa.” (Massuh, 1983, p.53)
Pero al poco tiempo de alcanzar el éxito no podemos evitar el complejo de superioridad que llevamos dentro. Sin embargo creo, que el primero termina gobernando por sobre el segundo, impulsado por la impaciencia de ver resultados favorables al poco tiempo de habernos propuesto algo, olvidándonos que la fe en uno mismo implica amor y espera.
Otro diagnóstico que creo importante mencionar, es el del aislamiento: el alejarnos del mundo exterior y temer a todo lo que se halla más allá de nuestras fronteras por el prejuicio de que distinto equivale a negativo. Pero este diagnóstico lo retomo porque creo que nosotros hemos podido superarlo. Como ya se ha repetido en muchas ocasiones, el siglo XXI dio paso a la era de las comunicaciones, del contacto internacional.
Nosotros nacimos sabiendo que hay mucho más allá de donde podemos aprender y por consecuencia, mejorar en algunas cuestiones. No nos genera miedo ni desagrado; hemos logrado alcanzar una vida abierta, sin perder nuestra singularidad ni identidad.
El último diagnóstico que me parece oportuno retomar, es el de la censura. Cualquiera diría que la juventud argentina actual no conoce el significado de censura, porque no responde a ella de ninguna manera. Si hay algo que puedo destacar, es que esta generación es dueña de sí misma, sigue su propio camino y expresa su verdadero ser; es más, una barrera lo único que le genera es un deseo imparable de romperla y hacer uso de su libertad. Podría escribir páginas enteras con ejemplos de ello.
Volviendo a los temas desarrollados por Massuh en su ensayo, me llamó la atención el concepto de desarraigo, y es que, a mi pesar, concuerda con muchas características de la juventud argentina. No sería raro escuchar a un joven argentino decir: “No veo las horas de terminar de estudiar para irme a trabajar al exterior…”; o “me encantaría haber nacido en Estados Unidos”.
Como el autor explica, miles de argentinos optan por irse del país por esta falta de apego por nuestras raíces y el anhelo de tierras lejanas. Un sentimiento de menor valía que nos toca en algún momento de nuestra vida a todos los argentinos; el pensar qué pasaría si abandonamos nuestras fronteras y elegimos una tierra lejana, imprecisa pero fascinante.
Solemos creer los jóvenes, que la modernidad nos espera en lugares como Francia, Inglaterra y EEUU, que allí aprenderemos a ser cultos. Lamentablemente, así como logramos una vida abierta al intercambio cultural, no hemos podido echar raíces fuertes en nuestra tierra natal; somos “seres dispuestos a abandonar la patria, (…) a no comprometernos demasiado con la situación del país.” (Massuh, 1983, p.74)
Si bien es cierto que dicho desarraigo nos ha traído virtudes como la movilidad de ánimo e inteligencia, la negación y enjuiciamiento de valores consagrados, el disconformismo que incrementa nuestra rebeldía diariamente, y la sensación de que somos los “herederos del mundo”, no se puede vivir empezando eternamente, es necesario mantener una tradición que nos permita establecer cierta continuidad. A la juventud nos falta afianzar ese símbolo de unidad con generaciones pasadas, y sobre todo, con nuestra patria.
Más adelante, el autor habla también de algunos factores que dificultan la construcción de una definición de patria; entre ellos, menciona el juicio totalizador y la continuidad y ruptura. Respecto del primero, me agrada pensar, cómo afecta a la juventud argentina ese impulso de llegar a juicios globales ante un determinado problema. Esa necesidad de desechar todo, de dejar lo que hemos hecho a un lado porque una parte no ha resultado como esperábamos.
Y es que creo que poco a poco, esta generación nacida en el siglo XXI, ha ido logrando configurar en su personalidad, un efecto un tanto opuesto. No es común oír a un adolescente o a un joven decir que ya no hay nada por hacer o que está todo perdido; por el contrario, no faltan las palabras de aliento referidas a que un pequeño error no define el resultado final de un proyecto, trabajo, sueño o propuesta. Estamos más acostumbrados a intentar modificar aquella parte, antes que rendirnos y derrumbar todo.
En relación a la continuidad y la ruptura, me gustaría analizarlo en cuanto a la idea de una lucha permanente entre la tradición que permanece en el tiempo y que constituye una base fuerte de fidelidades a la cual responder a la hora de actuar, y la revolución innovadora que nos llama a generar un cambio una y otra vez, y a vivir en un eterno presente.
La juventud argentina vive con el espíritu de ruptura a flor de piel. Nuestro comportamiento cotidiano se basa en la espontaneidad, lo nuevo, lo distinto, porque vemos a la continuidad como algo que nos paraliza. Y si bien es importante hallar un equilibrio entre ambos conceptos desafiantes, inevitablemente el primero prevalece en nuestros corazones jóvenes. No solo porque es algo que puede notarse en todos los argentinos por igual, sino porque además, es algo característico de la juventud que busca hacer del mundo un lugar mejor. El deseo de hacer las cosas bien puede mover a millones de jóvenes argentinos a cambiar la realidad, a romper con esos paradigmas que no traen beneficio alguno y solo se mantienen por tradiciones que pocos valoran.
Finalmente, creo que la parte más destacable de La Argentina como sentimiento, es donde Massuh explica las dos almas que habitan en el ser argentino y que se dan simultáneamente. Me enorgullece pensar que tenemos “una voluntad que recomienza sin cesar aún a la vista de sus impedimentos: (…) la creatividad argentina.” (Massuh, 1983, p.140)
Y la verdad es que no hay palabras más ciertas que estas. Nos gusta hallar la solución, el atajo en algunas ocasiones. Y creo que, como de todos los temas que desarrollé anteriormente, este es el que más representa a la juventud argentina: la sensación de adrenalina cuando nos superamos a nosotros mismos, o cuando una dificultad se convierte en desafío, y que son moneda corriente entre los jóvenes hoy en día. En palabras del autor “el sentimiento de frustración no lo acepta como un castigo, (…) sino como una barrera que estimula el impulso de transgresión y rebeldía.” (Massuh, 1983, p.143) Nuestro éxito vive de la provocación del fracaso, y creo que es la clave para llegar a la conclusión que estamos buscando.
Comencé planteando el por qué los jóvenes no perseguimos el bien argentino; por qué nos cuesta tanto reconocer nuestras fortalezas y echar raíces en esta tierra. Creo que luego de todo el recorrido realizado comparando los conceptos de desarraigo, descreimiento, censura, ruptura y frustración estimulante, he logrado elaborar mentalmente un pequeño mapa del joven argentino.
Podría enumerar algunas de sus virtudes y debilidades más destacadas, e incluso compararlas con mi propia persona para al final, darme cuenta que si respondo a casi todas ellas. Somos una generación fuerte, impulsiva, decidida. Tenemos todo tipo de recursos e infinidades de sueños que nos pueden ayudar a hallar ese bien argentino. Solo hace falta un desafío provocador que nos impulse, y aprender a vivir la Argentina como un sentimiento.
María Domínguez
Alumna de sexto año del Colegio 25 de Mayo
Córdoba, Argentina