¿De qué manera influye la experiencia en el conocimiento? Creo que este
es el interrogante que inquieta a diferentes autores. Y a nosotros
también. Es un lugar común decir que de la experiencia se aprende, pero
¿qué hay detrás de esta frase hecha? Tomaremos la palabra de algunos
pensadores y sus aportes para profundizar un poco más esta cuestión.
Hay conocimientos que tienen larga data por ser el resultado de años de
experiencia. Sin embargo, nuestro presente nos está imponiendo un modo
de habitar el mundo del que nunca habíamos tenido registro. Una pandemia
recorre el globo y no nos deja afuera. Los conocimientos que del virus
y la enfermedad se construyen minuto a minuto.
Los investigadores se valen de cada dato, de cada hecho para intentar inteligir y dar respuesta
a este problema que diariamente se lleva la vida de muchos.
Jorge Millas (p. 7) se detiene a explicarnos especialmente este
punto al afirmar que “nuestro saber se refiere siempre a hechos y cosas
de la experiencia humana, mas no todo él consiste en la actual percepción
de hechos y cosas. La experiencia, como acto de ver y palpar el mundo,
es materia del saber, mas no es el saber mismo.” (p. 7)
Es decir, el rol de la experiencia es el de proporcionar el material en bruto, pero
es la inteligencia la que ordena, la que se arriesga a construir teorías
que van un poco más allá de lo dado y exceden, su contenido actual y
concreto. No puede haber conocimientos sin experiencia, pero ella, por
sí sola, es incapaz de configurarla.
Saber es poseer una representación simbólica, un esquema sustituto de todo un mundo posible de experiencias y relaciones entre experiencias. El ideal racional del pensamiento
constituye la más efectiva de las formas de integración de la
experiencia.
Humberto Maturana tiene una perspectiva algo diferente. Aunque no
niega la tesis clásica de que la experiencia es la fuente principal del
conocimiento, pone el acento en otros aspectos.
El autor afirma que lo que guía la conducta humana son las emociones o confianzas básicas. A
su vez, define a las emociones como clases de conductas relacionales y
concluye en que cuando se coordinan las emociones se coordinan las
conductas relacionales. Esto significa que hay algo previo a esta
dicotomía experiencia-conocimiento y tiene que ver con las emociones y
los valores. Sin perder de vista la utopía de vivir en un mundo mejor,
Maturana sostiene que actualmente estamos en la posibilidad de pasar a
la era de la honestidad y de la colaboración.
Remarquemos el término “posibilidad” para no creer que es una
era que llegará inevitablemente, sino que constituye una tarea. Llegar
a ella sólo depende de un acto intencional, porque la honestidad no es
algo que pueda prescribirse o imponerse, sino que debe nacer desde
adentro.
Desde este punto de vista, renace la pregunta platónica ¿puede
enseñarse la virtud? Aunque en este caso, la pregunta sería ¿se pueden
enseñar los valores a los niños? ¿de qué modo? Las vías racionales no
son suficientes, mucho menos el recurrir a la fuerza. La única manera
es, entonces, ejerciéndolos. Para que los niños sean honestos y
colaborativos, uno debe serlo primero.
Sólo entonces tendríamos la clave para abandonar la era de la dominación, en la que estamos viviendo, y cumplir con la tarea. Por eso, las clases deben ser espacios de
encuentro, de conversación honesta, para experienciar diferentes
quehaceres y sentir el placer que surge al trabajar con los otros.
Desde su visión biologicista, Maturana introduce dos enunciados
que se refieren a cosas que pasan tanto a nivel humano como cósmico. El
primero dice: «cuando en un conjunto de elementos comienzan a conservarse
ciertas relaciones, se abre espacio para que todo lo demás cambie en
torno a las relaciones que se conservan».
Para poder ejemplificar esto, pensemos qué pasa cuando hay un encuentro, ya sea que se forma una pareja o un grupo de estudios, de amigos o lo que sea… individuos que eran
simples elementos dentro de un todo, empiezan a relacionarse. Las
consecuencias se ven no sólo en ellos, sino también en su entorno.
Ahora bien, ¿Qué (nos) sucedió en los últimos meses? ¿no se dio
el proceso contrario? Los que siempre nos juntábamos en la facultad o
en nuestras casas nos vimos en la necesidad de aislarnos y mantener
vínculos vía online. ¿Hemos roto los vínculos o los tuvimos que
reinventar?
Un segundo enunciado servirá para responder esta cuestión:
«La historia humana, y la de los seres vivos en general, sigue el curso
de las emociones (en particular, de los deseos), no el de los recursos
o la tecnología». (p. 2)
La computadora y los celulares no deben pensarse como los
protagonistas que guían la historia, pues la condición de su existencia
y funcionamiento no deja de ser el deseo de usarlos. Una vez más, aparece
el deseo y las emociones humanas como los verdaderos factores que
motorizan. Por eso es tan importante que se tengan en cuenta a la hora
de educar, ya que tiene que ver con la formación de la persona.
En este sentido, la tecnología, al igual que otras disciplinas como la
matemática, la historia o la biología son solo instrumentos que se pueden
aprender a usar, pero para incorporarlos necesitamos el deseo.
Millas introduce la diferencia entre los saberes teóricos y los
prácticos. Mientras que los primeros están orientados hacia la
intelección de las cosas, los segundos buscan producir efectos útiles.
Esta relación instrumental con las cosas se acepta naturalmente dado que
las cosas pueden ser herramientas que nos sirvan para algún fin.
Sin embargo, ¿qué pasa, desde el punto de vista ético, si alguien “usara”
a otro como medio para conseguir su objetivo? Claramente, la acción se
volvería reprochable. Maturana caracteriza nuestra era como de
“apropiación y dominación” y para salir de ella –y alcanzar la de la
honestidad y colaboración– debemos atender al rol fundamental que
desempeña la educación de los niños, que no son más que los adultos del
futuro.
Volviendo al primer enunciado de Maturana, uno puede preguntarse
si cada quien no termina por disolverse cuando entra en relación. El
autor muestra que siempre y cuando la persona sepa respetarse a sí misma,
y respetar a los demás, no tiene por qué desaparecer en la relación.
De allí la importancia de aprender a valorarnos y respetar a los otros. De
lo que se trata es de lograr ese punto medio entre no ser obedientes,
hasta el punto de ser sometidos por otros, pero tampoco ser los que
sometan.
A diferencia de Millas, que ve el ideal racional del pensamiento
como aquel que es capaz de integrar efectivamente la experiencia,
Maturana prefiere describir a la conducta inteligente como aquella que
es capaz de participar o colaborar; y por lo tanto, tiene que ver con
la consensualidad.
Sin embargo, hay emociones que afectan la conducta
inteligente, como puede ser el miedo, la ambición, el enojo, la
competitividad. Ellas terminan reduciendo la inteligencia humana.
La única emoción que, por el contrario, amplía la conducta inteligente es
el amor: “El amor es aceptar al otro como otro, al aceptar al la
legitimidad del otro y sus circunstancias, uno «ve» al otro.” (p. 2)
En este sentido, el tipo de relación entre alumno y profesor es
fundamental a la hora de educar. Un docente que arma un examen para que
sea desaprobado, lo único que consigue generar en ellos es inseguridad,
miedo, ambición. Por el contrario, si quiere que salgan bien, les
generará confianza, respeto a través del amor.
Si se respeta a los alumnos, lo alumnos se respetarán entre ellos y sabrán respetar a sus
profesores y de esa manera surgirá un espacio de colaboración y acción
común. Si tomamos realmente conciencia de que los niños son los futuros
ciudadanos y si queremos vivir en un mundo donde reine el respeto mutuo,
debemos empezar por educar en la confianza y hacer de la escuela un
lugar de encuentro y relaciones sanas.
Otro de los autores que aborda la relación entre conocimiento
teórico y práctico, en tanto binomio conflictivo que lleva de la
contemplación a la experiencia, del adentro al afuera, es John Dewey.
Sin embargo, agrega una condición política de posibilidad: la democracia.
La filosofía de Dewey esta marcada por el objetivo de habilitar en las
prácticas educativas una instancia de encuentro entre teoría y práctica.
Los problemas de la educación fueron de fuerte interés para el filósofo
norteamericano y consideró que la necesidad de filosofar estaba
estrechamente unida a la necesidad de educar.
La conciencia sobre el acto de educar también implica al filósofo. En la sociedad moderna la
escuela es un agente fundamental de experimentación: “un lugar
indispensable para que una filosofía se plasme en “realidad viva”
(Westbrook, p. 1). La filosofía se orienta por una idea de experiencia
no especulativa y debe poner a jugar las hipótesis en el campo de la
acción. En este sentido, el pensamiento cumple una función mediadora e
instrumental, por ser “un instrumento destinado a resolver los problemas
de la experiencia y el conocimiento es la acumulación de sabiduría que
genera la resolución de esos problemas” (p. 2).
Con Dewey, el conocimiento humano, no es solo el modo de organizar
la experiencia –como diría Millas– sino un intento por resolver
preguntas, problemas, que efectivamente tienen su fundamento y origen
en la experiencia. Por esta razón, la visión pedagógica que estamos
considerando atiende a la necesidad de que los educadores atemperen los
temas de estudio con la experiencia.
A partir de acá pueden distinguirse
dos perspectivas: una, más tradicionalista, que sostiene que los conocimientos deben imponerse de manera gradual, pero los conocimientos así presentados no generan motivación ni se pueden enlazar con prácticas y modos de investigación, mediante los cuales se forjan esos saberes.
Otra forma distinta de implementar la educación sería construir un
entorno en que los niños se enfrenten a situaciones problemáticas.
Los conocimientos teóricos y prácticos así se vuelven instrumentos de
resolución de problemas e interrogaciones. El filósofo, al igual que
Maturana, ve la necesidad de despertar el entusiasmo por la investigación
y el motor son los problemas a resolver.
Ahora, esta coyuntura en la que nos encontramos interpela
inevitablemente el modo en que nos educábamos. La imposibilidad de seguir
como veníamos nos obligó a reinventar (una vez más introducimos esta
noción) las vías por las que fluía el conocimiento. Los modelos
educativos se han transformado por una situación de emergencia ¿qué es
lo que sucede con estas prácticas en la educación?
Por la pandemia del COVID 19 que estamos atravesando, la actualidad de las escuelas impone
un modo de transmisión y de desarrollo de los contenidos el formato
online. Es a través de distintos dispositivos y/o plataformas de
videollamada que se pretende garantizar la continuidad educativa. Este
escenario donde las clases se sostienen bajo el modo de aislamiento y
distanciamiento social nos dirige a la pregunta sobre si en este contexto
la escuela no ha retomado los aspectos más tradicionales, donde los
contenidos se dispensan escindidos de la experiencia.
Carlos Skliar sostiene, en una reciente entrevista que brinda al
diario Página/12, que la escuela se ve afectada por una suerte de
burocratización donde la actividad diaria se ve mantenida por la
realización de tarea y resolución. La clases en la modalidad online se
encuentran endurecidas en una fórmula: “dar material, asistir a la tarea
y juzgar” (Página 12, https://url2.cl/MrhUN).
El pedagogo entrevistado indica que la escuela se encuentra ante una caricatura de sí, donde el
tiempo de aprendizaje se transforma en algo a ocupar, en un tiempo sin
pensamiento situacional. La escuela en esta reacción aparece como
mecánica, burocrática, administrativa. Sin embargo, este diagnóstico no
debe imposibilitarnos el hecho de poner en acto un aprendizaje vital que
no rechace la experiencia como fuente de conocimiento.
Volviendo a los aportes de Maturana, la tecnología debe ser sólo
la herramienta y la educación no debe dejar de ser ese espacio de
convivencia en el cual alumnos y profesores conformen un lugar de
encuentro, acogida y respeto mutuo. Las emociones y el deseo siguen
estando más allá de las pantallas. Por lo tanto, el desafío del docente,
debe seguir apuntando allí. No hay que renunciar al objetivo de formar
personas autónomas, capaces de tomar decisiones desde sí mismos, de
respetarse y respetar a los demás. Y, sobre todo, capaces de aprender
cualquier cosa, basta con despertar su interés.
De modo muy optimista, esta crisis debe servirnos para volver a reflexionar filosóficamente
diría Dewey) cuál es el sentido de la educación y a dónde hay que
dirigirse ¿a transmitir contenidos? ¿despertar deseo de saber? ¿plantear
problemas para resolver? ¿reconocer experiencias para volver sobre
ellas? ¿transmitir valores de manera vivencial? Tal vez algo de todo
esto es necesario que entre en juego como para replantearnos cómo, por
qué y para qué seguir educando.
Stefanía Sandoval
25 años
Licenciada y profesora en Ciencias de la Educación
Estudiante de Licenciatura en Sociología.
Ensayo para la cátedra Filosofía de la Educación.
Facultad de Educación, Universidad Católica de Córdoba.
Córdoba, Argentina
Bibliografía:
Dewey, John: Democracia y educación». Bs. Aires, Losada. 1967.
Maturana, Humberto: «La realidad: «objetiva o construida?, los
fundamentos biológicos de la realidad, México, ANTHROPOS. 1995.
Maturana. R., H. (1995). Emociones y lenguaje en educación y política.
Santiago: Dolmen Ediciones.
Millas, Jorge: «Idea de la filosofía». Santiago de Chile, Edit.
Universitaria.1969