Marzo: Otoño del 2020
Parte I
Al igual que muchos humanos, me encuentro en casa recluida y refugiada por
motivo de una de las pandemias, que por su alcance internacional y su posible impacto
socio-económico y político considero que puede erigirse como una de la más letales de
la historia: el Coronavirus.
¿Y por qué el término de “Corona”? -me cuestiono- ¿por qué su denominación tiene que remitir a la aristocracia?: sistema de gobierno decadente y retrógrado? Aun no logro entender su trasfondo..
Ya han transcurrido unos ocho días desde que el presidente decretó cuarentena en
Argentina. Se presume que finalizará el 31 de este mes, sin embargo, crece la zozobra
ante el incremento de contagios y se está vislumbrado su extensión para todo el mes de
abril. Trabajo dando clases y me han suspendido mis labores.
A los pocos días de parálisis laboral, siento que estoy inmersa en una película de
esas de ciencia ficción, futuristas, en la que soy protagonista; o que he sido dibujada en
un cuadro surrealista en un entorno de total desolación, en el que figuran algunos seres
enjaulados y enmascarados que pertenecen a una raza que desconozco.
Está prohibido transitar por la calle, trabajar, con excepción del personal de salud, o para efectos del abastecimiento de víveres básico. Con fortuna vivo en una zona privilegiada, en un lugar
rural por la sierra de Córdoba, rodeada de naturaleza y cerca de las vertientes del hermoso
río Cosquín.
Ayer he incumplido la prescripción y me he ido camino al río a pasear junto a
mis perros, dispuesta a recoger arcilla y con mi cuaderno para dibujar imágenes oníricas
y recurrentes. Reconozco que experimenté gran alivio y placidez ante el imprevisto
cambio de mi rutina.
En mi transitar hacia el río confiaba que me toparía con algún vecino o con algún ser humano con intención similar, un poco rebelde e indisciplinado como yo, pero para mi sorpresa, sólo me encontré con caballos: caballos pastando y deambulando con mayor parsimonia de lo habitual. Mis compañeros caninos: Tobías (alias Secuaz), Luna (alias Chora) y Fatiga (alias Malo Chi) de inmediato, como suelen hacer, los exaltaron para perseguirlos con persistencia y gran energía, haciéndolos correr con desesperación unas cuantas manzanas del barrio, luego se sumó a la hazaña Plumito (alias Buri Bu), el caniche y el más apegado a mí.
Con perplejidad comprobaba que no aparecía nadie dispuesto a socorrer y tranquilizar a los estresados equinos. A mí me resultaba imposible por la velocidad a la que iban los caballos como los perros perseguidores; hasta que desaparecieron todos de mi campo visual. Buri Bu al percatarse que continuaba mi marcha, ya cansado, desistió en el juego para seguirme. Al rato se
sumaron los otros tres.
Con más ahínco me comencé a sentir sumergida en una de esas películas, las cuales poco resisto: me vence la somnolencia, pero a diferencia de lo que me suele suceder con ese género cinematográfico, me encontraba con todos mis sentidos despiertos, respirando el aire puro de las sierras con exaltado placer… ¡me había olvidado de ello! La sensación extraña oscilaba entre el alivio, la calma, la tranquilidad y por instantes el miedo, el asombro y la incertidumbre ante tanta desolación en el trayecto.
Caminé por un hermoso sendero boscoso, contemplando todo con minuciosidad,
escuchando los sonidos de la naturaleza con gran atención. Cuando llegué a mi destino,
al río, me dispuse a sumergirme desnuda en las aguas cristalinas y nadé hasta al otro
extremo para extraer un poco de tierra arcillosa, que me serviría para modelar alguna
pieza como estrategia de recreación y creación (muy grotesca como me gustan).
El agua estaba serena y tibia. Me encaramé en una gran roca arcillosa para rasgarla con una piedra de cuarzo afilada que encontré: extraía el barro, y luego lo amasaba para disolver sus
durezas y crear una masa homogénea. Me dedicaba con entrega para extasiarme con las
nuevas sensaciones experimentadas. Mis sentidos estaban vivos y muy despiertos:
¡meditación en su elevada potencia! Cuando sentí frío salí del agua, envolví la arcilla en
una de las bolsas llamadas “ecológicas” (confeccionada con material sintético) y me
tumbé en la arena para disfrutar del recién clima otoñal.
Nadie ni nada perturbaba mi tranquilidad. Extraje mi cuaderno de la mochila para
trazar algunas líneas: misión imposible, ya que mis perros se aproximaron para sacudirse
el agua y para buscar reposar a mi costado. El cuaderno quedó humedecido y lleno de
arena; no obstante, me sentía rebosante de alegría. Al cabo de un par de horas…creo …
me dispuse a regresar a casa.
El sendero seguía desierto. El paisaje, la majestuosa
naturaleza me arropaba, me arrullaba: ¡era toda para mí!, ¡cantaba y me abrazaba a mí!,
solamente a mi… así muy individualista y egoístamente humana: “humana demasiado
humana”- en términos de Nietzsche.